Primer
año de vigencia de la ley norteamericana de transparencia en
compañías públicas
Poniéndole precio a la confianza |
Por Carlos Fernando Rozen
Para LA NACION |
El
30 de julio último se cumplió el primer año desde la publicación la
ley Sarbanes-Oxley, establecida para dotar de mayor transparencia y
confianza a los sistemas de información de las compañías públicas;
un intento sin precedente de acabar con los estragos de la vida
corporativa en los Estados Unidos.
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Basta
recordar las principales bancarrotas en ese país desde 2000: WorldCom,
por US$ 107.000 millones en 2002; Enron, por US$ 63.400 millones en
2001, y Global Crossing, en 2002, por US$ 25.500 millones.
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Sumado
a estos hechos, la desaparición de alguna importante firma de auditoría
y la opinión pública en estado de shock provocaron en los legisladores
una urgencia por actuar para acabar con lo que parecía el
"Apocalipsis financiero americano", o tal vez mundial.
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Sin
lugar a dudas, las prácticas empresariales han mejorado. Hay más
transparencia y se actúa más cuidadosamente, pero no sabemos hasta qué
punto se debe a la ley o al hecho de que tras los escándalos
financieros los ejecutivos delegan menos y dedican más tiempo a tomar
sus decisiones.
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La
honestidad no es un valor que pueda imponerse. Sin embargo, podemos
presagiar que la ley Sarbanes-Oxley tendrá un efecto positivo porque
incrementa las posibilidades de ser descubierto en el supuesto de
realizar prácticas deshonestas; asimismo el precio a pagar por ello
crece notoriamente, algo que los hombres y mujeres de negocios tendrán
en cuenta si actúan a conciencia.
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Además,
la ley imparte mayores cuotas de transparencia para los
"stakeholders" (accionistas, entidades reguladoras y el público
en general).
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Entre
las restricciones que la ley impone se encuentra la prohibición de que
los auditores externos de las compañías públicas realicen muchos de
los otros servicios que antes podían prestar no relacionados con esta
tarea (servicios "non audit"), lo que evita que por
"fidelidad al cliente" las auditorías no sean lo rigurosas
que deben ser. Otro de los requerimientos de la ley es la exigencia de
constituir un comité de auditoría formado por miembros independientes
que han de cumplir con determinados requisitos técnicos
financiero-contables, y de pericia en el ámbito en que opera la
organización.
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Existen
cuantiosos aspectos de la ley que necesitan aún desarrollarse,
profundizarse y reglamentarse, y aun cuando eso ocurra, la mayor parte
de las compañías no estará en condiciones de seguirla de plena
conformidad, según opinión generalizada del Business Performance
Management Forum.
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Pero
también estimo que, si el Congreso de los Estados Unidos ha asignado al
organismo de contralor de compañías públicas (SEC) casi 850 millones
de dólares para el presente año fiscal -casi el doble del presupuesto
del pasado año-, el cumplimiento de la nueva ley debería ser
considerado prioridad para los legisladores. Y en esta línea de
pensamiento no son palabras, sino hechos concretos los que indican que
la SEC tomó seriamente su lucha contra los fraudes financieros: se
trata de la mayor sanción civil que la SEC haya impuesto en su historia
(500 millones de dólares a WorldCom). Y lo que es más notorio aún:
esta suma iría a parar a un fondo de compensación de los
inversionistas afectados por la bancarrota de este gigante, más lo
recaudado por conciliaciones fuera del ámbito judicial (se estima que
otros cientos de millones).
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La
ley impone una gran carga de trabajo a la alta gerencia y dirección de
las empresas que cotizan sus acciones en los mercados de valores. Pero
¿es tan innovadora esta ley o simplemente concentra gran parte de las
buenas prácticas de gobierno corporativo que, con ley o sin ésta,
deben formar parte de la actuación honesta de las empresas? ¿Podríamos
considerar, en la Argentina, tal como afirmaron algunos expertos
norteamericanos que intervinieron en la discusión de la ley, que sólo
será una gran carga para firmas que no estaban llevando a cabo buenas
prácticas de empresa?
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Preguntas argentinas
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También
cabe preguntarse si en nuestro país habrá empresas que intenten eludir
la normativa, esquivándola en forma legal mediante su conversión a
firmas privadas. No por nada durante este último año el número de
empresas públicas que pasaron a ser privadas se incrementó en más de
un 20% respecto del mismo período del año anterior, según información
suministrada por la New York Stock Exchange.
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Por
último, y considerando que esta legislación intenta inyectar confianza
al sistema financiero, cabe preguntarse: ¿cuánto vale la confianza
para la economía? Entendemos que la suma de los activos involucrados en
las bancarrotas, la pérdida de jubilaciones de miles de ciudadanos, la
cesantía en miles de puestos de trabajo, la pérdida de ahorros de toda
una vida y la recesión económica sólo ayudan a comprender una parte
del valor destruido, pero no su totalidad.
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El autor es socio de BDO-Becher Lichtenstein
& Asociados
LA NACION |
24.08.2003 |